lunes, 11 de diciembre de 2017

Ana y Mía cada vez son más jóvenes





Si buscamos estas dos palabras en la red nos aparecerán cientos de blogs, foros y páginas en las que unas princesas (así se hacen llamar) nos facilitan consejos y apoyo moral para convertirnos en una de ellas.

La mayoría de estas páginas están escritas por adolescentes, en forma de diario. En ellas relatan sus aventuras bélicas frente a la comida, el agua y prácticamente el aire. Estas jóvenes viven obsesionadas por las etiquetas nutricionales, el recuento de calorías y el balance negativo de las mismas al final del día; ya sea mediante una sesión devastadora de ejercicios o bien auto induciéndose el vómito, consumiendo un excesivo volumen de laxantes, etc.



Ana es efímera, casi un fantasma que se alimenta de oxígeno e intenta evitar que cualquier alimento se introduzca en su boca. Cada día que pasa, Ana, se mira en el espejo obviando sus ojeras, el poco pelo que aún se aferra a su cuero cabelludo, el nuevo bello que le ha salido en la zona de los brazos, su piel descolgada pegándose a los huesos; Ana sólo ve que aún puede seguir luchando, que será capaz de meterse en una talla menos, e incluso dos.




Ana es, además, una excelente matemática ya que pasa las veinticuatro horas del día calculando qué puede permitirse comer y en qué cantidad para seguir bajando de peso.


Mía, sin embargo, es más discreta. A veces incluso pasa desapercibida porque puede presentar un IMC normal o incluso un poco elevado. Ella es impulsiva y cuando se siente hambrienta devora todo lo que encuentre a su paso; a veces llega a ser insaciable y no para de engullir hasta que no se siente a punto de reventar. En este justo momento es cuando Mía se siente culpable, desesperada, horrible, obesa, asquerosa y se encierra en el lavabo para poder expulsar la mayor cantidad de alimentos posible y le da igual el dolor, la sangre que escupe y que mancha sus dedos, las lágrimas que caen de sus ojos, las marcas de los dientes en sus manos; pues tan sólo son daños colaterales.


Supongo que Mía no se ha dado cuenta del horrible aliento que tiene después, ni del daño que le está causando a sus dientes y a su esófago. Ni siquiera es consciente de que podría haberse ahogado y haber muerto.









Como comentaba al principio, estas autoproclamadas princesas son cada vez más jóvenes. Estas enfermedades psicológicas (anorexia y bulimia nerviosas) solían ser un problema mayoritariamente de los adolescentes o incluso, de los jóvenes adultos. Cada vez son más los casos que se dan en niños y niñas menores de 12 años que, influenciados por los cánones de belleza y bajo los efectos de sus cuerpos en constante cambio, sucumben en las garras de Ana y Mía. 

El problema reside en la cantidad de páginas web que animan a dejar de comer o a vomitar. ¿Por qué permitimos que esas páginas existan? En mi opinión no le hacen ningún bien a nadie, más bien todo lo contrario. Estas enfermedades psicológicas son muy profundas y complejas y lleva muchísimo tiempo conseguir que el enfermo recupere su salud, sobre todo la mental, porque podemos obligar a una anoréxica a comer pero no podemos obligarla a dejar de pensar en que queremos engordarla y convertirla en un ser asqueroso (en nuestro idioma: una chica sana).

Quizás en ciertas esferas de la sociedad estas enfermedades estén muy bien vistas y sean incluso alabadas, sobre todo si añadimos el consumo de cocaína y otros estimulantes, (para que no parezcan cadáveres sin energía) pero realmente no somos conscientes del daño que les estamos haciendo a las nuevas generaciones. Estos niños tan pequeños ya viven obsesionados por las calorías y las tallas cuando deberían estar preocupándose por ir a cambiar cromos o jugar al fútbol en el parque…

No quiero imaginarme que mis futuros hijos serán así, que me odiarán por querer alimentarles equilibradamente, que se sentirán culpables y se odiarán así mismos por comerse un helado o una galleta integral; no, yo no quiero este futuro para mis hijos ni para los de nadie, ni tener que llevarles al psicólogo, o peor aún, encerrarles en un centro donde les obliguen a comer y ver cómo se van autodestruyendo poco a poco; así que pido, por favor que se cierren estos blogs, foros y demás páginas de internet y que realmente veamos a Ana y Mía como lo que son: dos monstruos que se apoderan de las vidas de quien les abre la puerta y a los que es casi imposible echar.

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